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jueves, 20 de enero de 2011
La organización del Mundial 2018 impulsa, además de la inversión de miles de millones, la modernización de este deporte en Rusia, que no se clasificó en las dos últimas citas.

Llega una nueva perestroika a Rusia. La trae el fútbol, el Mundial concedido por la Fifa para 2018, que anticipa un nuevo futuro para un país tan potente como desconocido. Rusia es un país futbolero, pleno de historia y tradición, pero, con todo, una incógnita en Occidente. “Hay mucha ignorancia”, anticipa Héctor Bracamonte, futbolista argentino y buen cicerone para quien desee adentrarse en la realidad del país más extenso del planeta. Tras dos años en el Badajoz y un efímero paso por Boca Juniors, Bracamonte llegó al FC Moscú en 2004. Cinco años después se fue al Cáucaso para jugar en el Terek Grozny y ahí sigue, entusiasmado con las posibilidades que le ofrece un pueblo que, asegura, “no tiene el reconocimiento que merece. Cuando me preguntan si en Rusia hay mafia o corrupción, yo respondo si acaso no la hay en Argentina, Estados Unidos o la Unión Europea. Seamos sinceros, no hipócritas”, demanda.


Lo cierto es que Rusia es un gigante en desarrollo que ahora quiere anclarse al fútbol para crecer todavía más. Tras la elección de Zúrich, el jefe del Ejecutivo, Vladimir Putin, garantizó una inversión de más de 10.000 millones de euros sólo en estadios e infraestructuras. Pero la financiación para levantar los escenarios no saldrá únicamente de las arcas estatales, sino también de la colaboración de emporios empresariales vinculados a los clubes más poderosos del país.

En Moscú, Spartak y Dinamo disfrutarán de la ayuda de la petrolera Lukoil y del banco VTB para construir sus nuevos campos. Todos los de las 13 sedes anunciadas serán de nueva planta, excepto el Luzhniki, un cinco estrellas de Moscú que albergó la final de la Liga de Campeones hace tres años. Ocho sólo existen en maquetas. No es el caso del de San Petersburgo, donde se inaugurará en 2012 un futurista coliseo.

Esos dos eventos servirán para calibrar la capacidad organizadora de los rusos. Viktor Onopko, el futbolista que más veces ha vestido su camiseta (112) y ahora segundo entrenador en el CSKA, no tiene dudas: “Lo haremos bien. Es una excelente oportunidad. Mi país tiene gente con dinero que trabajará con los políticos y deportistas”.

Ya se anuncian ríos de dinero. Un programa destinará 8.000 millones a construir hoteles y habrá financiación pública para infraestructuras. Una nueva autopista unirá Moscú y San Petersburgo, ya conectadas por un tren de alta velocidad, fruto de una alianza con la alemana Siemens, que va a 250 kilómetros por hora y en 2018 se quiere acelerar.

Y el fútbol, ¿qué?

Al final, queda el fútbol. Acostumbrada a liderar medalleros en las grandes citas deportivas, con la pelota en los pies Rusia siempre ha apuntado más de lo que ha dado. Desde el final de la Unión Soviética, en 1991, sólo la Eurocopa de Austria y Suiza 2008, en la que cayó en las semifinales ante España, ha tamizado un historial desastroso porque cuando logró clasificarse para una gran competición cayó a las primeras de cambio. Y se perdió los dos últimos Mundiales.

“Hay buenos jugadores en el extranjero, pero también en la competición local”, asegura Nico Pareja, que dejó el Espanyol y se fue al Spartak. “La Liga tiene equipos de nivel y un gran despliegue físico. Con el Mundial en el horizonte, estoy seguro de que mejorará, aunque hay una norma absurda por la que siempre tienen que jugar cinco futbolistas rusos y eso limita el número de fichajes y con ello la competitividad de los equipos en Europa”, apunta.

“Siempre hubo buenos jugadores. Cuando éramos la Unión Soviética, había buenas escuelas”, recuerda Onopko, que trabajó como director deportivo en la federación y arroja alguna duda sobre la labor en la base: “No se hace bien. De los sub 16 a los sub 21 nunca llegamos lejos. Hay pocos equipos con cantera y muchos chicos se ven obligados a entrenarse en campos de asfalto. Nos gastamos el dinero en la parte superior de la pirámide, no en los cimientos”.

Todo influirá para que el fútbol crezca en Rusia. El magnate Roman Abramóvich, dueño del Chelsea, fue el abanderado ruso en la elección del Mundial de 2018, y Arshavin, del Arsenal, es la figura más conocida sobre el césped. Los políticos creen que el resto del país correrá tras la pelota. “Lo tienen todo para hacer un gran Mundial, pero también deben saber copiar lo bueno que tienen los demás. Necesitan mejorar en marketing, de gestión y promoción; en definitiva, entender el negocio del fútbol”, considera Bracamonte.

Con dinero y una templada pasión eslava, Rusia quiere mostrarse al mundo. Sin temores. “Somos como ustedes. Nos gustan las mismas cosas y tenemos las mismas inquietudes”, dejó claro el ministro de Deportes, Vitaly Mutko.

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